jueves, noviembre 18, 2010 |
El Rey que condenó a muerte a un río... y ejecutó su sentencia
Porque cuando a un rey de le mete algo en la cabeza... no para hasta conseguirlo
Porque cuando a un rey de le mete algo en la cabeza... no para hasta conseguirlo
La Historia sabe de un extraño caso en que un río fue condenado a muerte, y también de la curiosa forma en que la pena fue ejecutada. Lo cuenta Heródoto de Halicarnaso en el primero de sus nueve libros de Historia (apartados CLXXXIX y CXC), considerado por muchos como la fuente griega más fiable sobre Ciro II el Grande de Persia.
Alrededor del año 540 a.C, el Rey persa Ciro II el Grande, estaba barriendo con sus ejércitos el este de Europa y muchos territorios del cercano oriente. Ahora avanzaba hacia la ciudad de Babilonia.Un día, él y su ejército llegaron a las orillas del río Gyndes (probablemente el actual río Diyala que fluye entre Irán e Irak y desemboca en el río Tigris).
Antes de que se terminaran los preparativos para cruzarlo (lo cual no podía hacerse sino con barcas), uno de sus caballos blancos sagrados se lanzó al agua y trató de cruzar a nado, pero sumergido entre los remolinos, murió ahogado.
El gran rey Ciro no estaba acostumbrado a recibir el desafío de nadie - ni siquiera de un río - y enfurecido por la muerte del caballo, le condenó con dejarle tan pobre y desvalido que hasta las mujeres pudiesen atravesarlo sin que les llegase el agua a las rodillas.
Ciro aplazó su campaña contra Babilonia y ordenó ejecutar la sentencia. Para ello dividió en dos partes su ejército, cada uno en una orilla del Gyndes, marcando con cordeles 180 acequias a cada lado del río... y les ordenó que comenzasen a cavar...
Cerca de tres meses duró la empresa, hasta que al final las acequias se convirtieron en 360 canales que desangraron el río. Al final de la colosal obra, Ciro marchó en señal de triunfo con sus hombres sobre el Gyndes, que quedó reducido a una red de arroyos insignificantes.
Por suerte, la Naturaleza quiso que muchos años después el río volviese de nuevo a su cauce.
Fuente: Aldea Irreductible
Alrededor del año 540 a.C, el Rey persa Ciro II el Grande, estaba barriendo con sus ejércitos el este de Europa y muchos territorios del cercano oriente. Ahora avanzaba hacia la ciudad de Babilonia.Un día, él y su ejército llegaron a las orillas del río Gyndes (probablemente el actual río Diyala que fluye entre Irán e Irak y desemboca en el río Tigris).
Antes de que se terminaran los preparativos para cruzarlo (lo cual no podía hacerse sino con barcas), uno de sus caballos blancos sagrados se lanzó al agua y trató de cruzar a nado, pero sumergido entre los remolinos, murió ahogado.
El gran rey Ciro no estaba acostumbrado a recibir el desafío de nadie - ni siquiera de un río - y enfurecido por la muerte del caballo, le condenó con dejarle tan pobre y desvalido que hasta las mujeres pudiesen atravesarlo sin que les llegase el agua a las rodillas.
Ciro aplazó su campaña contra Babilonia y ordenó ejecutar la sentencia. Para ello dividió en dos partes su ejército, cada uno en una orilla del Gyndes, marcando con cordeles 180 acequias a cada lado del río... y les ordenó que comenzasen a cavar...
Cerca de tres meses duró la empresa, hasta que al final las acequias se convirtieron en 360 canales que desangraron el río. Al final de la colosal obra, Ciro marchó en señal de triunfo con sus hombres sobre el Gyndes, que quedó reducido a una red de arroyos insignificantes.
Por suerte, la Naturaleza quiso que muchos años después el río volviese de nuevo a su cauce.
Fuente: Aldea Irreductible
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