viernes, febrero 09, 2018 |
 

EL RENCOR 

El rencor es un sentimiento negativo y persistente que enferma el cuerpo, la mente y envenena el alma. 

Es importante comprender que todos los seres humanos estamos en constante riesgo de cometer errores, ya que toda decisión implica un riesgo, y si nunca tomamos decisiones, seremos como hojas que se lleva el viento, como estatuas inmóviles, sin vida. 

Son muy frecuentes las situaciones de hermanos que no se hablan durante muchos años, de amigos que se distancian para siempre, de padres e hijos que se alejan. Y lo más triste, es que estos distanciamientos a veces se originan por detalles de poca importancia, que con un poco de humildad y tolerancia, no ocurrirían, pero los humanos a veces somos demasiado sensitivos y nos dejamos llevar por un falso orgullo que nos impide perdonar. 

Es común oír una frase que deja al descubierto un sentimiento de rencor: “Yo perdono, pero no olvido”. No es posible perdonar y guardar en la memoria pensamientos dolorosos. No se debe perdonar a quien no reconoce sus errores. El mismo Jesucristo nos lo enseña cuando dice que para limpiar nuestros pecados y llegar a su reino, es requisito obligatorio el arrepentimiento. No se debe perdonar a quien nos causó un grave daño deliberadamente, buscándolo para que nos ocasione más dolor. Pero sí se puede ignorar el mal que nos hizo echándolo al cofre del olvido, para así arrancar de nuestra alma ese rencor que nos atormenta y nos enferma. 

Reconocer nuestros errores no es un signo de debilidad, es dignidad y valentía que nos permite limpiar nuestras conciencias. 

Como no todos los seres somos iguales, debemos procurar que nuestras amistades sean compatibles en gran medida, para evitar roces que lastimen. 

El tiempo lo cambia todo y es posible que quienes nos hirieron en el pasado hayan cambiado y no se atrevan a acercarse a nosotros por temor al rechazo. Si estas personas son familiares o amigos, debemos investigar sobre sus vidas y de ser necesario, tratar de comprenderlos. La comprensión es el conocimiento que nos permite sentir compasión y la compasión es un sentimiento que genera amor. 

Cuando perdonamos, nosotros somos los primeros beneficiados al quitarnos una carga terrible de encima, la carga del rencor. Pero si el rencor es más fuerte que nosotros y no podemos perdonar, perderemos una oportunidad de reconciliación que más tarde nos puede generar sentimientos de culpa y depresión. 

Al perdonar a otros, nos estamos perdonando a nosotros mismos y nos hace más humanos, porque el perdón ennoblece y concientiza de que todos, sin excepción, erramos. Si la actitud de alguien que tratamos, nos molesta, lo más lógico es enfrentar la situación y expresárselo de frente, sin necesidad de suspender la relación. 

Una vida sin odios ni rencores no solo reconforta, sino que nos da la paz espiritual. 

LA ENVIDIA 

La envidia es un sentimiento negativo que se origina al considerar que otros tienen bienes materiales o espirituales de los que el envidioso carece. 

El envidioso mira con inocultable rabia la riqueza y éxitos de los demás y, como no puede exteriorizar su frustración, demerita los logros de otros, llegando a veces hasta el extremo de la calumnia. 

La envidia es un sentimiento íntimo que no se suele confesar. Resulta vergonzoso al envidioso compulsivo, admitir que el bien de otros le corroe las entrañas a causa del profundo malestar interior que experimenta. 

Casi todo el mundo, en mayor o menor grado, ha sentido envidia alguna vez en su vida, pero es muy difícil que alguien lo reconozca, aunque hay envidias nobles, que no causan daño: “envidio tu profunda fe”, “envidio tu dedicación a los estudios”, “envidio tu talento para tocar el piano”. 

Pero la envidia que causa malestar y rabia porque otro tiene éxito, es reprochable. 

La soberbia y el egoísmo van íntimamente ligados a la envidia. 

Una persona soberbia no puede soportar que otra, a quien considera igual o inferior, sea más valorado en el trabajo o en el ámbito social, que tenga más éxito, que posea bienes materiales más costosos, o que tenga una linda pareja. 

La envidia es común en los niños, por lo tanto, es importante enseñarles que en el mundo es normal que unos tengan más que otros, para que no crezcan con esa pasión que les quita la felicidad. 

La envidia quita el sueño y nos impide disfrutar lo que tenemos. 

Hay multimillonarios que no pueden disfrutar la vida porque son esclavos de sus riquezas y carecen de la gran felicidad que nos depara la privacidad y dicha de gozar de las cosas bellas y sencillas de la vida. 

El envidioso no se percata de que no siempre es más feliz el que más posee, sino el que está conforme con lo que tiene. 

Vale repetir: El envidioso mira con inocultable rabia la riqueza y éxitos de los demás y, como no puede exteriorizar su frustración, demerita los logros de otros, llegando a veces hasta el extremo de la calumnia. 

LA SOBERBIA 

En la vida en comunidad y en las sociedades no hay nada que haga más daño que la soberbia o la prepotencia. Es un problema si ésta se manifiesta en espacios y círculos reducidos como la familia, pero se suma gravedad si se manifiesta en quienes está a su cargo la dirección de empresas o de altas instituciones del estado. Infortunadamente en nuestro país las manifestaciones de soberbia y prepotencia están a la orden del día. El ciudadano que frente a la autoridad, un agente del orden, a quien el ve como un inferior y le grita “Usted no sabe quién soy yo”, presenta una manifestación de soberbia y prepotencia, grave desde el punto de civilidad y comportamiento ciudadano. 

El alto directivo de una entidad estatal que ante la observación de un profesional considera que este no tiene el nivel ni la altura intelectual que el cree poseer y no solamente lo descalifica, sino que lo ridiculiza, es también una manifestación de soberbia y prepotencia, más grave aún, ya que se trata de una persona que está a cargo de los intereses y bienes públicos de la nación. 

Los psicólogos distinguen entre dos clases de orgullo. El auténtico orgullo surge cuando nos sentimos bien con nosotros mismos, seguros y productivos y nos relacionamos socialmente bien con rasgos tales como ser emocionalmente estables, agradable y concienzudos. Por el contrario, el orgullo presuntuoso tiende a implicar el egoísmo y la arrogancia y se manifiesta en características socialmente indeseables desagradables y agresivas. 

Según español Enrique Rojas, catedrático universitario en Madrid, la soberbia es el “concederse más méritos de los que uno tiene, excesiva idolatría, estimarse a sí mismo demasiado por encima de nuestro valor real. Suele ser origen de muchos males de la conducta y entre sus características encontramos la prepotencia, la presunción, y quizá, lo que resulta más chocante, situarse por encima de todos lo que le rodean”. 

Afirma el Dr. Rojas en uno de sus artículos relacionados con el tema que la soberbia es más intelectual cuando emerge en alguien que realmente tiene una cierta superioridad en algún plano destacado de la vida. Se trata de un ser humano que se ha destacado en alguna faceta y cuando la hacen una observación o lo sacan de quicio pide y exige un reconocimiento público de sus logros. Para la psiquiatría, esto es lo que se denomina una deformación de la percepción de la realidad de uno mismo por exceso. Ante la soberbia dejamos de ver nuestros propios defectos, quedando estos diluidos en nuestra imagen de personas superiores que no son capaces de ver nada a su altura, todo les queda pequeño. En la soberbia la persona tiene una enfermedad en el modo de estimarse a sí mismo. 

Quien realmente ha alcanzado altos niveles intelectuales y no presenta la enfermedad de la soberbia, vanidad y prepotencia, manifiesta su madurez en el razonamiento juicioso y la humildad. Una observación o una crítica es una oportunidad para reflexionar y debatir. El enfermo de soberbia, vanidad y prepotencia no lo puede hacer.
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