miércoles, febrero 07, 2018 |
Cheo al igual que su padre, abuelo y antepasados eran hombres de campo, sus manos curtidas del labrado de la tierra, de la que obtenían su sustento. Él sabía apenas leer y escribir, sin embargo, comprendía de maravilla el lenguaje de las nubes, de las aves, del viento, conocía el momento perfecto para sembrar, arar y esperar el fruto. Así pasaron los años, a veces una nube le quemó la cosecha, con ella las ilusiones. Otras la cosecha se perdía por el mal estado de la carretera, las pocas veces que lograban venderla, el intermediario le pagaba lo que le parecía era el precio justo y hasta tres o en cuatro cuotas se la realizaba. Muchas veces le tocó comenzar de nuevo. Cheo estaba molesto, se sentía burlado, como su padre, como su abuelo. Es que siempre fue así, es que es así, la vida es dura. 

Cuando apareció Rosa en escena, Cheo pasó a ser cabeza de familia, sobre sus hombros recaía una responsabilidad, durante las noches soñaba con algo mejor, su descendencia tendría el futuro que ellos le pudieran otorgar. Ambos querían algo mejor, no tan duro, no tan mal pagado, no tan mal valorado. Poco a poco en ambos comenzó a asomar una idea, irse del pueblo. Irse a la ciudad en donde todo es más fácil, al menos habrá escuelas de calidad, sus hijos podrían tener un mejor futuro, no trabajar tanto. Tendrían fines de semana libres. 

Llegó el día esperado, entre lágrimas e ilusiones, Cheo y Rosa se van para la capital, su equipaje eran tan solo unos costales con la poca ropa que poseían y un inmenso morral de esperanza. La ciudad los recibe en medio del bullicio, gente de un lado a otro. Un paisano les habló del barrio donde vive, allí alquilan una habitación, no tienen como acceder a una vivienda, así que éste les recomienda y ayuda a construir su rancho en una ladera. En un par de semanas Cheo trabaja en la misma empresa que su amigo, ambos obreros de la construcción, los fines de semana hacían horas extras, con ello se redondeaban un buen ingreso, de vez en cuando mandaba dinero a sus viejos y hermanos. Rosa empezó a trabajar en casas de familia, lo único que sabía hacer era limpiar pisos, lavar y planchar ropa. Eso fue posible hasta la llegada de Rafael y al poco tiempo Gerardo. Rosa había hecho cursos de costura, trabajaba para una fábrica y en sus ratos libres, arreglaba ropaa los vecinos. Con su trabajo ahorraban e iban en Navidades al pueblo a ver a la familia. 

Rafael desde niño le gustaban los camiones, a Gerardo los carros. Ambos iban a la escuela del barrio. Adolescentes, Rafel los fines de semana trabajaba como ayudante de un camión de refrescos y Gerardo ayudaba a limpiar un taller mecánico. Con los años Rafael aprendió a manejar, consiguió empleo en la empresa donde trabajaba su padre, manejaba un volteo, ganaba buen sueldo. Gerardo se hizo mecánico. Entre ambos le hicieron una buena casa a los viejos, en una zona en las afueras de la ciudad, allí Rafael tenía espacio para guardar su camión, en la ciudad los edificios y casas adosadas no tienen espacio para esos vehículos. 

Con los años cada uno de ellos estableció una familia, tenían para pagar un buen estudio a sus hijos. Al fin los Rangel pisaban una Universidad, los jóvenes fueron brillantes, ingeniero, abogado, médico y hasta una odontóloga. Eran el orgullo de los abuelos, Cheo y Rosa presumían de sus nietos en los reencuentros familiares que cada vez eran mas esporádicos. Había valido es esfuerzo y sacrificio, sus nietos vivían mucho mejor de lo que lo harían en su pueblo. 

En las reuniones de hijos, nietos y abuelos, no faltaban las historias del campo, los espantos, cuando se perdió el chivo, el día que llovió tanto afuera como dentro de casa por una gotera en el techo, cargar agua y leña para cocinar, aquellos recuerdos eran para reír, aquellas penurias habían quedado en el pasado. Sin embargo los nietos nunca conocieron el pueblo, las obligaciones los absorbían, sus amistades eran buenas, gente de prestigio y preparada. 

Cheo y Rosa, las últimas décadas ya no volvieron al pueblo, se habían distanciado luego del fallecimiento de sus padres y hermanos de parte de ambos, en el campo la vida es dura, no hay centros de salud, los viejos se mueren de mengua. Ir al pueblo en Navidad les resultaba triste, así trascurrieron un par de años hasta que Cheo y Rosa con cuatro años de diferencia uno del otro, cerraron sus ojos a la vida. Sus nietos fueron muy destacados en sus respectivas áreas, ni recordaban cual era el pueblo de los abuelos, solo sabían que era una aldea perdida entre las montañas. 

Cada uno estableció su familia en las mejores urbanizaciones de la ciudad, su vida era holgada, llena de comodidad y privilegios. Años mas tarde, Cheito el nieto de Rafael, fue en un paseo a las montañas, con un grupo que recogió ropa y calzados para donarlos a los niños pobres. Llegaron a una aldea abandonada, le llamó la atención lo hermoso y el sosiego. Allí la vida era mas tranquila que la ciudad, se sintió atraído, no dudó un segundo, compró un lote de tierra donde llevaría a cabo un gran proyecto turístico. 

Sin saberlo, Cheíto había comprado el lote de su bisabuelo, ese lote que habría sido de Cheo de haberse quedado en el pueblo. Rangel era su apellido, mas los que encontraba, no los reconocía como familia, él ni conocía sus orígenes. Cheito era un joven cosmopolita muy visionario en el mundo de los negocios, los otros Rangel eran gente buena, trabajadora del campo, muy humilde, en nada se parecían a él. Las vueltas que da la vida, Cheo el viejo, huyó del campo en busca de mejor vida. Cheito encontró fuera de la ciudad una mejor vida y mas tranquila.
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